ELOGIO DE LA SOLEDAD - JOSÉ RAMOS SUCRE


Prebenda del cobarde y del indiferente reputan algunos la
soledad, oponiéndose al criterio de los santos que renegaron del
mundo y que en ella tuvieron escala de perfección y puerto de
ventura. En la disputa acreditan superior sabiduría los autores
de la opinión ascética. Siempre será necesario que los cultores de
la belleza y del bien, los consagrados por la desdicha se acojan al
mudo asilo de la soledad, único refugio acaso de los que parecen
de otra época, desconcertados con el progreso. Demasiado altos
para el egoísmo, no le obedecen muchos que se apartan de sus
semejantes. Opuesta causa favorece a menudo tal resolución,
porque así la invocaba un hombre en su descargo:
La indiferencia no mancilla mi vida solitaria; los dolores
pasados y presentes me conmueven; me he sentido prisionero
en las ergástulas; he vacilado con los ilotas ebrios para inspirar
amor a la templanza; me sonrojo de afrentosas esclavitudes; me
lastima la melancolía invencible de las razas vencidas. Los hom-
bres cautivos de la barbarie musulmana, los judíos perseguidos
en Rusia, los miserables hacinados en la noche como muertos
en la ciudad del Támesis, son mis hermanos y los amo. Tomo el
periódico, no como el rentista para tener noticias de su fortuna,
sino para tener noticias de mi familia, que es toda la humani-
dad. No rehúyo mi deber de centinela de cuanto es débil y es
bello, retirándome a la celda del estudio; yo soy el amigo de los
paladines que buscaron vanamente la muerte en el riesgo de la
última batalla larga y desgraciada, y es mi recuerdo desampara-
do ciprés sobre la fosa de los héroes anónimos. No me avergüen-
zo de homenajes caballerescos ni de galanterías anticuadas, ni
me abstengo de recoger en el lodo del vicio la desprendida perla
de rocío. Evito los abismos paralelos de la carne y de la muerte,
recreándome con el afecto puro de la gloria; de noche en sueños
oigo sus promesas y estoy, por milagro de ese amor, tan libre
de lazos terrenales como aquel místico al saberse amado por la
madre de Jesús. La historia me ha dicho que en la Edad Media
las almas nobles se extinguieron todas en los claustros, y que
a los malvados quedó el dominio y población del mundo; y la
experiencia, que confirma esta enseñanza, al darme prueba de
la veracidad de Cervantes que hizo estéril a su héroe, me fuerza
a la imitación del Sol, único, generoso y soberbio.
Así defendía la soledad uno, cuyo afligido espíritu era tan
sensible, que podía servirle de imagen un lago acorde hasta con
la más tenue aura, y en cuyo seno se prolongaran todos los rui-
dos, hasta sonar recónditos.
José Antonio Ramos Sucre
De: La torre de timón, 1925.

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