El derecho al delirio (Eduardo Galeano)
Una invitación al vuelo
Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada
verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios
anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la
boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.
La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea,
cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a
saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí,
todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado
milenio.
Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho
de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas
proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la
humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a
ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos
a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:
el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las
humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;
la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni
será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;
el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como
la plancha o el lavarropas;
la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;
se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven
por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que
canta y, como juega el niño sin saber que juega;
en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar,
sino los que quieran cumplirlo;
los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de
vida a la cantidad de cosas;
los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;
los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;
los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;
la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que
no sea capaz de tomarse el pelo;
la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se
convertirá el canalla en virtuoso caballero;
nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo
que más le conviene;
el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria
militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;
la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la
comunicación son derechos humanos;
nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;
los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de
la calle;
los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;
la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;
la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;
la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a
juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;
una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los
Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;
en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque
ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;
la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto
mandamiento ordenará festejar el cuerpo;
la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: Amarás a
la naturaleza, de la que formas parte;
serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;
los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los
que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;
seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y
voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan
vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;
la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo
chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera
el primero.
Extraido de su libro
Patas arriba: La escuela del mundo al reves
P191,192,193.
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